El 24 de agosto un fuerte temblor de magnitud Richter superior a 6 ha golpeado Italia central entre el parque de los Sibillini, el parque del Gran Sasso y Monte della Laga. Como sabéis, Helperbit no está todavía live. Mientras algunos de nosotros continuaban a trabajar en la plataforma, decidí ir al lugar del suceso para ofrecer una pequeña ayuda con víveres y relatar lo qué estaba ocurriendo.
El miércoles 24 recibí un mensaje de mi padre en plena noche: “¡Terremoto!”. Habían pasado sólo cuatro días desde que llevé a mis padres a un villaje en el Parco dei Sibilini, así que, sin dudarlo un momento, me metí en Google Earth para ver el grado de preocupación al que tendría que llegar. Ví que estaban a 25 km del epicentro. Cuando les llamé me dijeron que estaban bien, pero que el hotel estaba perjudicado y pasarían todos la noche fuera.
Alrededor de las once de la noche del 24, me fui a Accumoli, pueblecito incrustado en las vetas de la montaña. En esos 150km y cada pocos minutos, veía llegar ambulancias en dirección opuesta, con luces pero sin sirenas. En mi dirección llegaba una larga caravana de medios militares que transportaba grandes instalaciones de iluminación independiente para poder continuar las excavaciones durante la noche.
La primera cosa que saltaba a la vista en la zona afectada por el terremoto aquella noche, eran los cristales empañados de los vehículos. Todos los supervivientes permanecían en sus coches por temor a réplicas de asentamiento. Acercándome al núcleo de Accumoli, empecé a recorrer la carretera de Illica, pero esta la encontré interrumpida por los escombros. Aquí nadie estaba trabajando, ya que, siendo un pequeño pueblo habitado por 16 personas en invierno, todos se conocen y la cuenta de los supervivientes se hace rápidamente. La cuenta, sin duda, registra 6 muertos.
Más tarde, me dirigí a otros pueblos: Grisciano, Spelonca, Colle y Poggio D’Api. Rodeado de oscuridad, a las 3 de la mañana, decidí dormir en la parte de atrás de mi coche. Dos horas después, me ví obligado a despertar con una nueva réplica de magnitud 4,4. Iba a amanecer, así que decidí no obstaculizar la labor de las medidas de auxilio y retirar el coche para que comenzaran su actividad.
Dos ancianos, con la mirada fija en el vacío, se calentaban dentro de su automóvil al lado de su casa. Son conscientes de que no podrán jamás volver a entrar.
Llegué hasta Accumoli a través del sendero Italia. La primera casa estaba sin cristales, el techo se mantenía apoyado en la nada. Dentro de esta casa, colchones incrustados en los pisos inferiores; sobre las paredes que se habían salvado, cuadros colgados. En un un lado de la pared, los azulejos me informaban que se trataba de dos habitaciones distintas, algún día estuvieron separadas por un muro ahora derrumbado.
Entrando en el pueblo, el paisaje que se abría a mis ojos me dejaba sin palabras. Los automóviles más afortunados estaban cubiertos de una espesa capa de polvo creada con los detritos de hacía pocas horas, los demás estaban aplastados totalmente por los escombros. Accumoli contribuye con 11 vidas.
Mietras me alejaba, me fijé que la prensa sueca estaba pidiendo a dos viejecitos que estaban allí que posasen cerca del coche en el que habían dormido. Con el paisaje del alba, los dos (quizá entusiasmados por la atención dedicada) no hacían otra cosa más que sonreír. La periodista sueca no sabía ya cómo hacerles entender que quería una mirada triste.
Dejando atrás esta escena, tomé la calle para salir del pueblo. Me quedé sorprendido de las geometrías de algunas paredes que estaban totalmente suspendidas y se mantenían en pie simplemente por el cable eléctrico que pasaba alrededor de la casa.
Había un corzo que pastaba a pocas decenas de metros de la calle, para él nada había cambiado. Mientras caminaba por la calle que llega a via Salaria, se paró un coche. Dentro estaba Mattia, un fotógrafo profesional que había venido desde norte para documentar la catástrofe. Me preguntó si quería subir en el coche. Me contó que acababa de estar en Pescara del Tronto y que el pueblo ya no existe. Me habló de sus recuerdos del terremoto del Tibet hace pocos años, cuando vivía en China; analogías y diferencias de tragedias similares. En ese caso, miles fueron las víctimas, pues no había una unidad canina y el epicentro estaba a miles de kilómetros de las unidades de socorro.
Juntos nos dirigimos a Amatrice, al contrario de otros centros urbanos, aquí se concentraba la mayor cantidad de unidades de socorro. El hospital estaba afectado gravemente y pocos metros más adelante, había una excavadora que trabajaba rodeada de cientos de personas que la miraban. Primero intentaba quitar los escombros, después se paraba, pues le tocaba a las unidades caninas olfatear una señal entre los detritos.
Las miradas estaban todas en el perro, pero no encontró ninguna señal; volvería a ser el turno de la excavadora.
Fuimos a Prato, un kilómetro más al norte. Había una decena de personas fuera de una casa, el casero había vuelto a entrar para coger la televisión y la estaban viendo en la calle. No habían llamado a las unidades de socorro por temor a colapsarles, pero ahora vivían en una caseta amueblada con colchones hinchables y mantas.
La noche a 10 grados había sido fría.
Josefina nos contó su drama. Se sienten afortunados por no estar muertos, pero su casa está derrumbada y sabiendo lo que le sucedió a l’Aquila, tienen miedo del invierno.
Marta tiene 82 años, le apreté fuerte una mano y se la tuve así durante todo su relato.Con la otra mano agarraba fuerte una bolsa de medicinas. Me dijo abiertamente: “ necesito consuelo”. Fue una petición que me desplomó. Inútil explicarle que, apenas 3 km más allá, habían puesto campos donde podía recibir comida, curas y atenciones. Eran datos inútiles porque la señora no quería alejarse de allí. En ese momento el sol era fuerte y para repararse se apoyó en la casa, visiblemente peligrosa. El apego era muy fuerte e intenté entenderlo, pero me resultaba difícil.
Otro pueblo, otro drama. En Retrosi una anciana lloraba y discutía con su hija que intentaba hacerle entender la suerte que tenían de estar vivas. Se repetían las mismas frases más de una vez. En esos momentos, un hombre pasaba la comida a un recipiente y la ponía al seguro.
Al llegar a Amatrice, uno quedaba impresionado de la cantidad de medios. La completa máquina italiana de socorro estaba allí y continuaba a llegar. Hablamos con Andrea, el responsable de la comunicación del campo. Nos dijo que sólo allí habían facilitado 250 camas y estaban ultimando los servicios y el área para los niños. En una plaza lateral había un coche oscuro con evidentes señas de hendiduras por los escombros (pero ya sin ninguno de ellos) puesto en el centro de la plaza a favor de la cámara de vídeo.
Poco más adelante, casi al nivel de la carretera, se veía una buhardilla. Pregunté la altura original del edificio, dijeron que seis plantas. La excavadora trabajaba allí al lado de los perros.
Otra escena que nos dejaba el terremoto se daba en un jardín público. Se veían grupos de socorro alpinos y espeleológicos que se introducían bajo árboles, familias sin sus casas, periodistas de varias naciones que escribían, grababan y fotografían. En otra calle había un asentamiento de personas y Mattia se acercó para escuchar. Volvió contándome que era el espacio de la policía científica. Había familias que esperaban el reconocimiento de cadáveres. Poco más allá estaba la escuela. Del complejo escolar Romolo Capranica se veían dos pisos derrumbados, las aulas, el pasillo y la campana en el suelo. En el lado opuesto del jardín, había todavía una buena muestra del panel que elogiaba la reestructuracción antisísmica del 2012; sin comentarios. Volvimos hacia el norte, hacia los pueblos.
Saletta era terrificante, no tengo la menor idea de la altura original de estos edificios, pero los escombros llegaban al cielo. Aquí el 50% ha muerto, de 44 han quedado 22. Una casa con la inscripción “MMXVI” estaba perfectamente en pie para demostrar que una construcción correcta puede fácilmente resistir a Richter 6 también en Italia. Me senté, me quité el casco y nos pusimos a hablar con la guardia forestal trentina, que llegaba en helicóptero con las unidades caninas. En aquel momento, una breve (pero fuerte) réplica nos hizo a todos escapar de las paredes y nos recordó que aún no se había acabado esto.
En Illica concluyó mi vuelta. Los cocineros de la Asociación Italiana de Cocineros estaban preparando la comida sucesiva, un campesino se lamentaba de la demasiada agua que llegaba, que él necesitaba vino. Muchos pudieron reír por un momento. Afortunadamente, entre los afectados todavía quedaron ganas de bromear.